Trastorno de pánico: cuando los ataques de pánico se repiten

Una de cada 20 personas va a sufrir un trastorno de pánico a lo largo de su vida. Es un tipo de trastorno de ansiedad que se caracteriza por la aparición de ataques de pánico recurrentes e inesperados acompañados de una preocupación continua por sufrir un nuevo ataque. Los ataques de pánico no aparecen por una única causa como el estrés, sino la por la interacción de diversos factores biológicos, psicológicos y ambientales.

 
Mujer sufriendo un ataque de pánico
 

¿Qué es un ataque de pánico?

Un ataque de pánico se define mediante una experiencia de ansiedad muy desagradable e intensa, que aparece de forma brusca e inesperada y alcanza su máxima intensidad muy rápidamente. Los ataques cursan en forma de episodios de veinte a treinta minutos de duración en los que la persona puede experimentar una constelación de síntomas de intensidad variable, como sensación de falta de aire, palpitaciones, sudoración, temblores, llanto incontrolable, náuseas, mareo o desmayo. En algunas ocasiones los síntomas son tan intensos que el paciente cree que puede morir, aunque los ataques de pánico no representan un peligro vital en sí mismos.

Es importante, aclarar que las expresiones populares de ataque de angustia y ataque de ansiedad se utilizan como sinónimos de ataque o crisis de pánico, que es el término médico correcto.


Tipos de ataques de pánico

Los ataques de pánico pueden clasificarse en función de si existe o no un desencadenante identificable:

  • Ataque de pánico por estrés: aparece en relación con una experiencia adversa concreta (como una discusión familiar o tras un atraco) o en contextos fóbicos (como montarse en un ascensor, asomarse a un acantilado o tener que intervenir en público ante una multitud). También se denomina ataque de pánico situacional.

  • Ataque de pánico espontáneo: surge de forma inesperada, sin un desencadenante claro. Suele ocurrir en estados de reposo, como estando sentado, paseando o incluso durmiendo de noche.

Los ataques de pánico situacionales son relativamente frecuentes y tienden a aparecer en respuesta a situaciones estresantes o emocionalmente intensas: conflictos personales, problemas laborales, dificultades económicas o preocupaciones de salud, entre otros. En la mayoría de los casos, estos episodios son aislados y autolimitados, desapareciendo cuando la situación desencadenante se resuelve. Por tanto, no suelen requerir un tratamiento específico.

En cambio, algunas personas comienzan a experimentar ataques de pánico espontáneos tras haber sufrido episodios situacionales. Esto puede deberse a una alteración en la sensibilidad del sistema de alarma, que tras activarse ante una situación estresante y provocar una crisis de pánico, puede responder de forma desproporcionada y exagerada ante nuevos estímulos. Como resultado, los ataques de pánico pueden aparecer de forma recurrente y sin un desencadenante claro.Cuando esto sucede, y se acompaña de una preocupación persistente por la posibilidad de sufrir nuevas crisis, se puede establecer el diagnóstico de trastorno de pánico. En estos casos, sí es necesario un tratamiento específico, que puede incluir intervención farmacológica, psicoterapia, o una combinación de ambas.


¿Por qué dan los ataques de pánico? Causas y factores de riesgo

La mayoría de los ataques de pánico son situacionales y comienzan tras un experiencia adversa o de estrés. Sin embargo, no todas las personas reaccionan de la misma manera ante situaciones difíciles. El hecho de que algunas desarrollen ataques de pánico mientras otras no lo hacen se debe a una combinación de factores: predisposición genética, experiencias tempranas, rasgos de personalidad y nivel de estrés actual.

Desde el punto de vista genético, se ha observado que los hijos de personas con trastornos como la ansiedad, la depresión o el trastorno bipolar tienen un mayor riesgo de desarrollar episodios de pánico. Este dato no debe alarmarnos, ya que prácticamente todas las personas tenemos algún familiar con alguno de estos diagnósticos y no todos vamos a sufrir ataques de pánico.

Por otro lado, como suele ocurrir en salud mental, las experiencias vitales tempranas también influyen. Diversos estudios han demostrado que quienes han sufrido abuso o negligencia en los cuidados durante la infancia presentan un mayor riesgo de experimentar ataques de pánico, tanto en la adolescencia como en la edad adulta.


Factores que contribuyen a que los ataques de pánico se repitan

Además de los factores que los originan, existen también factores de mantenimiento que contribuyen a que los ataques de pánico se repitan. Entre los más importantes destacan:

  • La hipervigilancia corporal: tras haber sufrido una primera crisis, muchas personas comienzan a prestar una atención excesiva a sus sensaciones físicas (como el ritmo cardíaco, la respiración o el mareo), interpretándolas como señales de peligro. Esta hipersensibilidad amplifica la ansiedad y puede desencadenar nuevos episodios.

  • El miedo al miedo: la preocupación constante a de volver a sufrir un ataque genera un estado de alerta permanente. Este temor, lejos de prevenir la crisis, aumenta la tensión interna y puede, paradójicamente, acabar provocando otro episodio de pánico.

  • Las conductas de evitación: en un intento de protegerse, la persona tiende a evitar lugares o situaciones donde teme que pueda repetirse el ataque (como medios de transporte, espacios cerrados o aglomeraciones). Aunque este comportamiento puede aliviar la ansiedad a corto plazo, a largo plazo refuerza el miedo, limita la autonomía y deteriora la calidad de vida. Además, cuando la persona finalmente se ve obligada a enfrentarse a una de estas situaciones evitadas, el nivel de ansiedad acumulado puede favorecer que se cumpla la profecía autocumplida: la exposición provoca precisamente aquello que se temía, un nuevo ataque de pánico.


Ataques de pánico inducidos por sustancias o enfermedades

Aunque la mayoría de los ataques de pánico aparecen en respuesta al estrés o sin causa aparente, también pueden ser inducidos por el consumo de determinadas sustancias o surgir como síntoma secundario de otras enfermedades.

1. Sustancias que pueden inducir ataques de pánico

Tanto las sustancias adictivas como algunos medicamentos de uso común pueden provocar crisis de pánico como efectos colaterales, especialmente en personas predispuestas.

  • Fármacos:
    Algunos medicamentos pueden tener efectos estimulantes o ansiógenos. Por ejemplo:

    • Los medicamentos utilizados para el tratamiento del asma (como los inhaladores).

    • Los corticoides sistémicos (como la prednisona).

    • El uso o la retirada brusca de benzodiacepinas (como Lexatin, Orfidal, Lorazepam o Diazepam), especialmente tras un uso prolongado, puede provocar un síndrome de abstinencia que incluye ataques de pánico.


  • Sustancias adictivas:

    • El consumo excesivo de cafeína, especialmente a través de las bebidas energéticas, pero también de café, té refrescos de cola o suplementos con cafeína.

    • El consumo de cannabis también puede inducir ataques de pánico, siendo este uno de sus más frecuentes efectos indeseados.

    • El consumo de drogas estimulantes, como la cocaína o la metanfetamina, puede provocar ataques de pánico en los primeros minutos tras su consumo.

    • Aunque es poco conocido, el tabaco también se ha asociado con un mayor riesgo de sufrir ataques de pánico, tanto por sus efectos fisiológicos como por su relación con la ansiedad basal.


2. Ataques de pánico secundarios a enfermedades médicas

En algunos casos, las crisis de pánico pueden aparecer como síntomas de una enfermedad médica subyacente, especialmente cuando esta afecta al sistema cardiovascular, respiratorio o endocrino. Aunque estos casos son menos frecuentes, es importante considerarlos, especialmente si las crisis aparecen por primera vez en la edad adulta o acompañadas de otros síntomas físicos.

  • Trastornos cardíacos o respiratorios:

    • Arritmias, insuficiencia cardíaca o palpitaciones.

    • Asma u otras enfermedades respiratorias.

  • Alteraciones endocrino-metabólicas:

    • Hipertiroidismo (aceleración del metabolismo).

    • Feocromocitoma, un tumor poco frecuente de las glándulas suprarrenales que produce exceso de adrenalina.

En estos casos, el tratamiento de la enfermedad subyacente puede reducir o eliminar las crisis de pánico.


Síntomas de un ataque de pánico

Un ataque de pánico se manifiesta mediante síntomas muy intensos, que generan una sensación abrumadora de pérdida de control, peligro inminente o incluso miedo a morir. Además, es característico la aparición repentina de los síntomas, que alcanzan su máxima intensidad en cuestión de minutos.

La sintomatología varía considerablemente de una persona a otra, e incluso cada episodio puede ser distinto en una misma persona. No todos los ataques de pánico se manifiestan igual, pero todos comparten esa irrupción súbita e intensidad desconcertante.

Los síntomas más frecuentes de un ataque de pánico son:

  • Taquicardia y palpitaciones.

  • Sensación de ahogo, angustia o falta de aire.

  • Dolor u opresión en el pecho o en la garganta.

  • Calor y sudoración o escalofríos.

  • Náuseas y vómitos.

  • Dolor de cabeza o mareo, con sensación de desvanecimiento o desmayo.

  • Entumecimiento u hormigueo en distintas partes del cuerpo.

  • Sentimientos de que no es real lo que te está ocurriendo.

  • Miedo a perder el control o a “volverse loco”.

  • Sensación de muerte inminente.


¿Cuándo y con qué frecuencia ocurren?

Se puede tener un ataque de pánico en cualquier momento, tanto en situaciones estresantes (como una reunión de trabajo) como en momentos de tranquilidad (durmiendo o tumbado en el sofá viendo la televisión).

La frecuencia con la que se presentan es muy variable de una persona a otra. Algunas personas pueden estar meses sin sufrir una nueva crisis, mientras que otras pueden tener varias crisis en un mismo día.


¿Qué ocurre inmediatamente después de un ataque de pánico?

Tras un ataque de pánico, muchas personas experimentan un estado prolongado de ansiedad. Es frecuente sentir miedo a que se repita la crisis, lo que puede llevar a un nuevo episodio poco tiempo después. En otros casos, la descarga emocional y física es tan intensa que deja a la persona exhausta y fatigada, con una necesidad inmediata de descansar o dormir.


Vivencias ante un ataque de pánico

La reacción emocional ante una crisis de pánico es muy variable entre individuos. Durante una crisis, la intensidad y similitud de los síntomas (falta de aire, opresión torácica, sudoración, palpitaciones) lleva a muchas personas a creer que están sufriendo un infarto. En estos casos, la mejor manera de diferenciar una crisis de pánico de un ataque al corazón es acudiendo a urgencias y realizando un electrocardiograma y otras pruebas médicas.

Es común que, incluso después de acudir a urgencias y recibir el alta médica con un diagnóstico de ataque de pánico, algunas personas mantengan un alto nivel de preocupación. Rumian si las pruebas realizadas han sido suficientes para descartar enfermedades graves y desarrollan ansiedad centrada en su salud, con pensamientos hipocondríacos y sensación de que su vida aún corre peligro.

Otras personas pueden sentirse avergonzadas o pueden temer ser juzgadas por los demás, interpretando la crisis de pánico como un signo de “debilidad mental”. Este temor puede llegar a provocar pensamientos relacionados con la pérdida de control o de la cordura. Algunos pacientes llegan a preguntarme en consulta si “se estarán volviendo locos”.

Por último, cuando los ataques de pánico se repiten con frecuencia, es habitual que la persona modifique su comportamiento o sus rutinas para evitar cualquier situación que asocie con los episodios anteriores. Por ejemplo, puede dejar de conducir, evitar el metro o los autobuses, o incluso faltar a clase o al trabajo. Como veremos a continuación cuando hablemos del Trastorno de pánico, estas conductas de evitación pueden tener un impacto significativo en la calidad de vida, limitando la autonomía y el funcionamiento cotidiano.

Por estos motivos, la psicoeducación (explicar al paciente lo que le ocurre en términos que pueda entender) es clave en la intervención terapéutica en una persona que tiene su primer ataque de pánico.


Trastorno de pánico

Sufrir un ataque de pánico aislado o incluso varios en contextos específicos no implica necesariamente un trastorno mental. Sin embargo, cuando los ataques de pánico aparecen de forma inesperada y repetida puede tratarse de lo que conocemos como Trastorno de pánico.


Qué es el trastorno de pánico

El trastorno de pánico es un diagnóstico clínico recogido en los manuales diagnósticos DSM-5 (de la Asociación Americana de Psiquiatría) y CIE-11 (de la Organización Mundial de la Salud), cuyos síntomas principales son:

  1. Al menos dos ataques de pánico recurrentes e inesperados.

  2. Preocupación persistente por la posibilidad de sufrir nuevos ataques durante al menos un mes.

  3. Cambios en el comportamiento, como evitación de situaciones concretas por miedo a experimentar otra crisis, como conducir o viajar en transporte público.

Por tanto, se puede hacer un diagnóstico de Trastorno de pánico (o trastorno de angustia) cuando una persona tiene al menos dos crisis de pánico espontáneas. Un ataque de pánico es espontáneo cuando aparece de forma inesperada, sin una señal o desencadenante que justifique el nivel de ansiedad. Por ejemplo, un crisis de pánico durante el sueño por la noche o relajado en el sofá de casa es espontánea e inesperada.

Según estos criterios clínicos internacionales, no se considera trastorno de pánico cuando se produce una única crisis aislada. Tampoco se establece este diagnóstico si TODAS las crisis ocurren en contextos en los que sería esperable una reacción intensa de ansiedad, como tras el consumo de sustancias psicoactivas (por ejemplo, cocaína o cannabis) o después de una situación traumática aguda (como presenciar un atropello o vivir un desastre natural).

Sin embargo, en el trastorno de pánico es habitual que la persona experimente tanto crisis inesperadas como crisis esperadas. Por ello, la presencia de ataques de pánico en contextos estresantes no excluye el diagnóstico si también hay episodios espontáneos, preocupación persistente por nuevas crisis o cambios en el comportamiento para evitarlas.


Trastorno de pánico y otros trastornos de ansiedad

Los ataques de pánico pueden aparecer en distintos trastornos de ansiedad, lo que a veces dificulta su diagnóstico y tratamiento. Para entender en qué consiste el trastorno de pánico como entidad clínica propia, es importante diferenciarlo de otros trastornos psiquiátricos donde también pueden presentarse crisis de pánico.

En el trastorno de pánico, los ataques son recurrentes (es decir, se repiten con cierta frecuencia) y, sobre todo, inesperados: aparecen sin una causa clara, en situaciones donde no hay un peligro real ni un desencadenante evidente. Esta imprevisibilidad genera una gran preocupación anticipatoria y puede llevar a la persona a desarrollar conductas de evitación o hipervigilancia.

En cambio, en los trastornos fóbicos (como la fobia social, las fobias específicas o la agorafobia sin crisis de pánico), los ataques de pánico suelen ser situacionales y predecibles, ya que aparecen únicamente cuando la persona se expone al objeto o situación temida (por ejemplo, hablar en público, ver una araña o subirse a un avión). En estos casos, las crisis son "esperadas", ya que la ansiedad está claramente relacionada con el estímulo fóbico.


Trastorno de pánico con agorafobia

El trastorno de pánico puede presentarse asociado a agorafobia con relativa frecuencia. Cuando ambas condiciones coexisten, el diagnóstico se denomina trastorno de pánico con agorafobia.

La agorafobia se caracteriza por el miedo a encontrarse en lugares o situaciones en los que escapar podría resultar difícil o embarazoso, o donde la ayuda no estaría disponible si se presentara una crisis. Estos lugares suelen incluir:

  • Transportes públicos (metro, autobús, tren, avión).

  • Espacios abiertos (plazas, calles muy transitadas).

  • Lugares cerrados (cines, ascensores, supermercados).

Muchas personas con trastorno de pánico comienzan a evitar estas situaciones tras haber sufrido una o varias crisis en contextos similares. Con el tiempo, esta evitación puede generalizarse, hasta el punto de limitar seriamente la vida diaria. Algunas personas llegan a restringir su movilidad de forma drástica, necesitando compañía constante o evitando salir de casa.

La presencia de agorafobia suele indicar un mayor grado de interferencia funcional, por lo que su detección es importante para orientar el tratamiento de forma adecuada hacia los dos trastornos conjuntamente.

Cuando no recibe tratamiento, el trastorno de pánico con agorafobia tiene peor pronóstico y puede desencadenar en un episodio depresivo mayor o el consumo de sustancias adictivas, como el alcohol y otras drogas.


¿Cuándo se tiene el primer ataque de pánico?

El trastorno de pánico afecta a un 5% de la población en algún momento de la vida y es el doble de probable en mujeres que en varones.

Las personas que sufren ataques de pánico suelen manifestar sus primeros síntomas en la adolescencia o al comienzo de la edad adulta. No es frecuente que debuten en la infancia ni en personas de edad avanzada. Cuando un primer episodio aparece en la vejez, conviene descartar causas médicas subyacentes.


Prevención y tratamiento

El tratamiento del trastorno de pánico es muy efectivo. Se recomienda individualizar el plan de tratamiento a las necesidades y preferencias de cada persona, considerando los dos abordajes que han demostrado ser eficaces en el tratamiento de los ataques de pánico: psicoterapia y medicación. Al contrario de lo que muchas personas creen, ambos tratamientos no son excluyentes, sino que combinados pueden tener un efecto sinérgico.

La psicoterapia puede ayudar a identificar posibles situaciones precipitantes y a trabajar posibles traumas no resueltos. Además, puede dotar al paciente de herramientas de regulación emocional que ayuden en el momento de la crisis y a mantener un tono emocional más bajo. Sin embargo, la terapia psicológica suele requerir bastante tiempo para reducir la frecuencia e intensidad de las crisis. Por este motivo, la medicación puede entrar en escena.

En cuanto al tratamiento farmacológico para el trastorno de pánico existe el mito de que la medicación solo se administra cuando se tienen el ataque de pánico. Esta información es errónea por dos motivos:

  • El tiempo que tarda en hacer efecto un fármaco ansiolítico es aproximadamente el mismo que tarda en resolverse una crisis de pánico de forma espontánea.

  • Los dos principales objetivos del tratamiento del trastorno de pánico son evitar la aparición de nuevas crisis y reducir las conductas de evitación asociadas. Estos se consigue con antidepresivos de la familia de los inhibidores de la recaptación de serotonina (ISRS).


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